Todos somos iguales ante el Padre que habita en cada uno de nosotros. Teniendo al Padre en nuestro
interior, daremos poca importancia a nuestro exterior; si somos blancos o negros, pobres o ricos, de
estas o aquella religión. Delante de Dios no cuentan las diferencias exteriores; sólo el interior importa;
si somos buenos o malos, generosos o avaros, bondadosos o egoístas.
¡Piensa en estas verdades!
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